Las plantas más conocidas popularmente son aquellas que han adquirido una utilidad práctica para los humanos a lo largo de los siglos. Dejando a un lado los cultivos, el siguiente grupo de plantas de más utilidad son las plantas aromáticas, a las que tradicionalmente se les han atribuido efectos curativos, o bien se les ha usado como condimento de comidas o ambientadores naturales.
Las plantas aromáticas son las responsables del conocido como “olor a montaña”, “olor a verde” (u otras formas de decirlo) que tanto caracteriza a las montañas mediterráneas y que han perfumado los paseos de los callosinos por la Sierra durante toda la vida. El aroma se encuentra en unos pelos microscópicos presentes en las hojas y a veces en el tallo que al ser frotados, desprenden el contenido de su interior.
Una familia bastante importante en este grupo al que llamamos aromáticas es la familia de las labiadas, ya que a ésta pertenecen plantas tan conocidas por todos como el romero, el tomillo y el espliego, así como la ajedrea y los poleos y zamarrillas. Las tres primeras están extendidas por toda la Sierra y se hace uso de ellas desde siempre, mientras que las otras dos son menos comunes y además son plantas bastante protegidas.
Otra familia de importancia es la de las compuestas. A este grupo pertenecen las plantas con aroma a manzanilla como la ontina, la flor de muerto y la siempreviva.
Pero no todas las plantas aromáticas desprenden buen olor. También las hay con malos olores para repeler a los herbívoros como el trébol hediondo, una leguminosa que emite un fuerte olor a betún en cuanto se le roza el tallo o las hojas.